Por Yonis Cuisman
No se si el orgullo de ser liceísta, o el hecho de haber estudiado durante seis años en este colegio, o los doce de estar ejerciendo mi labor docente dentro de esta institución –que comparados con lo vivido por otros profesores que hoy son mis compañeros, es una insignificancia- me dan algún tipo de autoridad para hacer mis comentarios.
Gran número de docentes, muchos de los cuales todavía hacen parte de la institución, fueron mis Maestros. Lo recuerdo bien, lo digo bien, lo escribo bien. Lo resalto porque así fue su labor. Así lo reconocimos y lo reconocemos aun, quienes tuvimos la gran oportunidad y mayor fortuna, de hacer parte de esa hermandad, en una época dura, pero que para algunos de nosotros fue dorada, porque en ella aprendimos lo que es el amor propio, el respeto por el compañero, el sufrimiento por el amigo, el apego por la institución, la solidaridad por el pueblo y sobre todo, recibimos el calor del maestro; ese maestro que marcó nuestro sendero en ese tiempo que además, siempre ha sido difícil.
Fueron otros tiempos dirán algunos. Pero en ese tiempo, 2 + 2 también era 4. Y todo lo aprendimos por mero ejemplo. Y eran tiempos difíciles; sin más comodidades. El liceísta no nació con ellas, pero si con la convicción de que hay un mañana mejor. Y ese mañana lo comenzaba a labrar el maestro; el gran ejemplo, el señor, la figura pública, el camino a seguir. Si no ¿por qué muchos, después de bachiller siguieron su ejemplo?
Y en esos tiempos también existía gran diversidad cultural. Y comenzaba con maestros: de la Guajira, Atlántico, Magdalena, Chocó y de otras regiones; y que decir de los alumnos: de todo pueblo, de toda edad, de todo color, de toda creencia.
Era una época donde estudiar era un privilegio por toda la situación social y cultural del departamento –siempre nos han tildado de indios. Un departamento sumido en el olvido. Se imaginan ¿A qué edad leímos el primer periódico? ¿En qué momento utilizamos el primer teléfono? ¿Cuándo recibimos el primer correo desde otra ciudad? ¿A qué edad se entraba a la escuela?
Sí. Eran otros tiempos. Pero eran nuestros tiempos y lo convertimos en el mejor de todos. Porque aprendimos a valorar todo. Aprendimos el concepto de pertenencia, de amor por lo nuestro, por nuestra bandera, por nuestro escudo, por nuestro uniforme. En ese tiempo el discurso era lo de menos. “La práctica hace al maestro”: lo escuché siempre. Y entonces practicábamos; competíamos para ser mejor que los mejores.
No se si el orgullo de ser liceísta, o el hecho de haber estudiado durante seis años en este colegio, o los doce de estar ejerciendo mi labor docente dentro de esta institución –que comparados con lo vivido por otros profesores que hoy son mis compañeros, es una insignificancia- me dan algún tipo de autoridad para hacer mis comentarios.
Gran número de docentes, muchos de los cuales todavía hacen parte de la institución, fueron mis Maestros. Lo recuerdo bien, lo digo bien, lo escribo bien. Lo resalto porque así fue su labor. Así lo reconocimos y lo reconocemos aun, quienes tuvimos la gran oportunidad y mayor fortuna, de hacer parte de esa hermandad, en una época dura, pero que para algunos de nosotros fue dorada, porque en ella aprendimos lo que es el amor propio, el respeto por el compañero, el sufrimiento por el amigo, el apego por la institución, la solidaridad por el pueblo y sobre todo, recibimos el calor del maestro; ese maestro que marcó nuestro sendero en ese tiempo que además, siempre ha sido difícil.
Fueron otros tiempos dirán algunos. Pero en ese tiempo, 2 + 2 también era 4. Y todo lo aprendimos por mero ejemplo. Y eran tiempos difíciles; sin más comodidades. El liceísta no nació con ellas, pero si con la convicción de que hay un mañana mejor. Y ese mañana lo comenzaba a labrar el maestro; el gran ejemplo, el señor, la figura pública, el camino a seguir. Si no ¿por qué muchos, después de bachiller siguieron su ejemplo?
Y en esos tiempos también existía gran diversidad cultural. Y comenzaba con maestros: de la Guajira, Atlántico, Magdalena, Chocó y de otras regiones; y que decir de los alumnos: de todo pueblo, de toda edad, de todo color, de toda creencia.
Era una época donde estudiar era un privilegio por toda la situación social y cultural del departamento –siempre nos han tildado de indios. Un departamento sumido en el olvido. Se imaginan ¿A qué edad leímos el primer periódico? ¿En qué momento utilizamos el primer teléfono? ¿Cuándo recibimos el primer correo desde otra ciudad? ¿A qué edad se entraba a la escuela?
Sí. Eran otros tiempos. Pero eran nuestros tiempos y lo convertimos en el mejor de todos. Porque aprendimos a valorar todo. Aprendimos el concepto de pertenencia, de amor por lo nuestro, por nuestra bandera, por nuestro escudo, por nuestro uniforme. En ese tiempo el discurso era lo de menos. “La práctica hace al maestro”: lo escuché siempre. Y entonces practicábamos; competíamos para ser mejor que los mejores.
De maestros hay tantos nombres como hombres (siempre incluiré a las mujeres), y desde aquí hago un reconocimiento a todos ellos. Los que han sobrevivido a esos tiempos. Los que aun no han perdido la vocación docente. Los que siguen siendo el ejemplo, los que marcan nuestro destino, los que nos educan para ser mejores hombres…El Maestro.