Por Hans Christian RangelSecretario OCE-GuajiraLa educación, tanto la superior, como la primaria y la secundaria, no ha sido siempre un problema del Estado. Por el contrario, si se mira la historia de la humanidad, durante un período muy largo fue un asunto de la familia, o con mucha frecuencia de la religión o de los llamados mecenas, gente adinerada que promovía el desarrollo del conocimiento. Es un hecho nuevo en la historia de la humanidad que la transmisión y creación de conocimientos se haya convertido en una responsabilidad del Estado. De manera que cuando ahora se habla de volver a convertir la educación en un compromiso de la familia, o de los particulares, estamos hablando de introducir un factor regresivo supremamente grave, porque se trata de hacernos retroceder a épocas pretéritas.
¿En qué momento se convierte la educación en una responsabilidad del Estado? ¿Por qué razones? Es fácil verlo, porque esta es una de las características de la creación del capitalismo. En el feudalismo y en los modos económicos anteriores, la educación era privada en términos generales, bien sea por la vía de la familia, o por las instituciones religiosas o por la del mecenas.
Los modos productivos anteriores al capitalismo tienen como una de sus características fundamentales reproducirse a sí mismos sin modificar la base técnica y científica. Si se toma la agricultura feudal o la de modos anteriores, lo que uno encuentra es que los procesos productivos se repiten y evolucionan muy lentamente. No es que no evolucionen, sino que lo hacen con una lentitud tal que hasta llega uno a pensar que no se mueven. Es obvio que en una sociedad cuyo aparato productivo se modifica con suprema lentitud, el conocimiento con el cual se creó ese determinado modo de hacer las cosas va a estar bien por años y años, mientras se siga haciendo de la misma manera. Esos son modos que tienen como característica que las cosas se hacen como se hacen. Un ejemplo, durante milenios el vino se hizo exactamente igual y, por ende, el conocimiento no tenía por qué transformarse.
Uno de los aportes más importantes que va a hacer el capitalismo en su fase revolucionaria y progresista es que establece la transformación incesante como una manera de hacer las cosas. De lo contrario no podría desarrollarse. Se entiende fácil con el ejemplo de la ropa: se dice con frecuencia que la ropa se mueve mucho porque así lo exige la moda. No. Lo que se mueve mucho es la forma de hacer las cosas, la tecnología para hacer la ropa. Los cambios rápidos terminan convirtiéndose en algo que parece una moda caprichosa, pero lo que está es obedeciendo a una revolución incesante, como pasa también con la manera de fabricar zapatos. Es apenas natural que si se trata de revolucionar la producción, se necesita una sociedad que sea capaz de crear conocimiento al mismo ritmo. Y se precisa que haya cada vez más gente involucrada en la creación y transmisión de conocimientos. Lo que hace entonces el capitalismo es plantear: si la tarea de crear conocimiento se la dejamos a las familias, a las organizaciones religiosas o a los mecenas, no va a ser capaz de sustentar el desarrollo productivo.
El Estado, único capaz de financiar educación masiva de alto nivel
El que asume entonces la formación de conocimiento es el Estado, por ser el más fuerte aparato económico con que cuenta la sociedad capitalista. Dicho de otra manera, solo el Estado se halla en capacidad de financiar un aparato educativo que cubra a toda o casi toda la población. Recordemos que antes del capitalismo la norma era la ignorancia. En el medioevo, hasta los señores eran analfabetos. El capitalismo, por el contrario, no se concibe en medio del analfabetismo absoluto. ¿Cómo educar a todo el mundo? ¿Cuánto vale enseñarle a escribir y a leer a todo el mundo? ¿Cuánto valen los profesores que necesita la tarea? ¿Cuánto cuesta construir aulas? Además, no solo hay que enseñar a escribir y a leer, sino también enseñar matemáticas y desarrollar ciencia, conocimientos. Pero si a lo anterior se le suma que hay que correr las fronteras del conocimiento cada vez más allá y adentrarse en conocimientos complejos, únicos capaces de sostener un mundo moderno, por supuesto que estaremos hablando de costos de proporciones absolutamente astronómicas. Que resulta imposible financiar de otra manera, repito, que no sea con fondos del Estado.
Digamos también que es de la naturaleza del capitalismo que millones y millones de personas no salgan de la pobreza, así aprendan a leer y a escribir. Es una de las características propias de este modo de producción. Por ello, si se trata la educación como una mercancía cuya calidad esté sujeta a lo que la gente pueda pagar, acabará implantándose por supuesto una calidad mediocre.
Todos en Colombia somos especialistas en defender la educación pública como un factor de movilidad social. Queremos una educación pública con amplísima cobertura para que los hijos de los pobres puedan estudiar y ojalá dejen de ser pobres o sean menos pobres que sus padres. Se trata de una reivindicación democrática que es correcto y justo defender. Pero ese no es el único argumento para defenderla. Ningún país puede desarrollarse sin educación pública, pues el Estado es el único en capacidad de pagar una educación de alto nivel. Lo voy a explicar de otra manera. La educación superior privada es en casi todos los casos educación de mala calidad, o por lo menos con la calidad lastrada por la realidad de las matrículas, muy caras a la hora de pagarse, pero muy bajas a la hora de financiar buenas instituciones. Es el problema de toda mercancía. Un plato de comida de cien dólares en un restaurante de lujo puede incluir meseros disfrazados de señores feudales y cubiertos de plata. Pero uno de quinientos pesos quizá sea en una plaza de mercado, con el plato clavado a la mesa y el último que use la cuchara la limpia con la lengua. Sucede lo mismo con la salud cuando se vuelve mercancía. Si yo soy millonario, disfruto de una salud privada de altísima calidad, con junta médica a mi servicio, pero si soy muy pobre me queda recurrir a San Martín de Porres o a un yerbatero.
Entonces se nos vuelve urgente, jóvenes, entender estos fenómenos, organizarnos y defender nuestros derechos, que, finalmente, son derechos de la nación colombiana. Porque si algún derecho ha de tener nuestra nación es a gozar de un aparato educativo que le garantice el acceso a los conocimientos complejos, una de las llaves del desarrollo. No permitamos de ningún modo que se nos imponga desde afuera un país parecido al de la Colonia española, mero abastecedor de materias primas para el mercado mundial, comprador de bienes manufacturados en los países avanzados del planeta y con un atraso cultural espantoso.